Marcha por mis pacientes

Mi acercamiento al feminismo es pobre, por no decir muy pobre. Si soy honesta hoy en día todavía me siento poco letrada en el tema, hay conceptos que no se si entiendo correctamente y situaciones en las que siento “complicado” hablar de feminismo. Sin embargo también es un tema que cada día siento más cercano, más necesario y menos opcional. Esto en gran parte tiene que ver con madurez, con educación y con cuestionarme en general, sí. Pero principalmente me siento así por lo que me ha tocado escuchar dentro del consultorio con mis pacientes. 

Durante la formación tuve clases de género y de multiculturalidad que me empezaron a abrir los ojos pero también se sentían distantes a mi realidad, tuve prácticas con poblaciones vulnerables en las que la violencia era tema recurrente y que admito muchas veces haber visto con ojos de lástima más que empatía, después en el internado me tocó atender pacientes que necesitaban más de lo que yo podía brindarles, pacientes con historias que me llenaban de tristeza y de inseguridades al sentir que no sabía acompañar y quizá por eso yo era mala terapeuta.

Por esto y otras cosas tomé la decisión consciente de no dedicarme a nada relacionado. De hecho, en algún momento una vieja amiga me invitó a participar en un proyecto de atención a mujeres en prisión y lo rechacé sabiendo que yo no era la persona indicada, segura de que la violencia de género no era algo en lo que yo me visualizaba.

Y aún así, contra todos mis intentos de evitación… 

En mi consultorio se presenta la violencia de género de forma constante.

He tenido que aceptar que no me puedo desvincular de abrirle espacio en la sesión pues aunque yo no quiera, las mujeres vivimos injusticias, violencia, micro machismos y abusos a diario.

Así como me han llegado pacientes que directamente han sufrido de abuso, también he escuchado de trauma generacional que sigue afectando en el presente. Así como recibo a mujeres sumamente conscientes y resistentes que no están dispuestas a aceptar una falta de respeto, también recibo a las que constantemente son menospreciadas y que no se consideran ni capaces ni dignas de otro tipo de trato.

 Escuchar estas historias es de las cosas más difíciles que me pasan en el consultorio pues me siento completamente impotente ante un problema que es sistémico y para el que mi escucha parece una solución demasiado pobre.

Año con año el mes de marzo estas historias se multiplican pues estoy segura de que el feminismo está en el inconsciente colectivo y ahora lejos de intimidarme, me hace sentir parte. Parte de una lucha que también es mía, una lucha que necesita de resultados y una lucha por la que seguiré marchando todos los 8 de marzo que sea necesario.

Marcho por mí, marcho por mis pacientes y marcho porque cada día sean menos las sesiones dedicadas a esto.

terapeuta feminista
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