"Correr Maratones: Un recorrido psicoanalítico a través de la obsesión, la disciplina y el juego"

Un pie, otro pie, un pie, otro pie, llevo en esto desde las 6 de la mañana, ya sé que nadie me obligó, que fui yo quién por alguna razón, que ahora mismo no recuerdo, decidió hacerlo, pero en parte se siente como si realmente no hubiera sido decisión propia, como que es algo que tengo que hacer; “ya quiero que acabe”pienso mientras el sudor me pica los ojos y siento un calambre formándose en mi pantorrilla. De pronto sale la canción de moda y me animo, me distraigo un rato y hasta subo mi paso “venga, ya agarré el ritmo”, siento cómo la canción me cambia el ánimo y de pronto mis pensamientos son más positivos, me acuerdo de algo que me contó una amiga, pienso en lo que tengo que hacer cuando acabe, fantaseo con el evento que tengo el fin de semana, me visualizo cruzando la meta y rompiendo mi récord, sin darme cuenta estoy disfrutando del camino; volteo a ver mi reloj y me doy cuenta de que todavía me falta muchísimo, “¿por qué no avanzo?”  otra vez me frustro conmigo misma, veo a los que van adelante y comparo mi postura con la suya, la manera tan ligera que tienen de correr mientras a mí me pesa todo, pienso en mis inseguridades, en cómo si quisiera mejorar tendría que ponerle más atención a lo que como, tendría que ser más estricta con mi rutina, “que fastidio, creo que estoy al borde de rendirme”. Por un segundo veo el amanecer y de nuevo; “un pie, otro pie, un pie, otro pie”, siento el pavimento, la fuerza en mis piernas, me hago consciente de mi respiración y otra vez estoy en calma, me siento libre, plena, como una niña jugando, con la única preocupación de que no la alcance nadie.

De unos años para acá se ha visto un boom importante del deporte en generaciones cada vez más jóvenes; pareciera que la nueva forma de socializar tiene mucho que ver con lo que uno practica, el lugar en donde lo hace y a quienes frecuenta al hacerlo, incluso se dice que los nuevos clubes de correr son mejor opción para encontrar pareja que un bar. 

Éste fenómeno cultural me interesa más allá de mi propio vínculo con el deporte y específicamente con los maratones, porque al comprender lo que implica entrenar para una competencia de ese nivel, he desarrollado la teoría de que correr maratones puede ser tanto una manifestación de neurosis obsesiva -en la que la compulsión a la repetición y exigencia superyoica toman un papel central en la vida del deportista- como también, una forma de exploración personal que logra reactivar rasgos de carácter espontáneos y joviales que incluso parecen fomentar actitudes pro sociales muy necesarias en nuestra cultura. Me atrevería a decir que el deporte es hoy en día la forma de juego que adopta el adulto, por medio del cual sublima, al mismo tiempo que compite y se busca probar a sí mismo.

Comenzaré entonces por repasar la forma más básica que ofrecen Laplanche y Pontalis (1996) para comprender lo que es una neurosis obsesiva en su Diccionario de Psicoanálisis, en donde se le describe como un “conflicto psíquico que se expresa por síntomas compulsivos, y por un tipo de pensamiento caracterizado especialmente por la rumiación mental, la duda, los escrúpulos, y que conduce a inhibiciones del pensamiento y de la acción” (p. 250). En el corredor esto es especialmente intenso cuando pensamos en el acto de correr como una constante del mismo movimiento corporal, la misma flexión y extensión de músculos, el mismo golpe a los mismos huesos, la misma pisada, la misma mecánica repitiéndose sin alteraciones durante kilómetros, en donde el individuo se encuentra encerrado en su cabeza, muchas veces por horas. Es quizá uno de los pocos deportes en los que no existe ningún instrumento extra como una pelota, una bicicleta, un bat, etc., ni se necesita aprender una técnica específica para hacerse. El levantarse y caminar es una parte tan natural de nuestro desarrollo que correr podría decirse que es, caminar llevado al máximo, llevado a la obsesión.

Otto Fenichel nos explica que las ideas obsesivas son, ante todo, derivados. Dice que algunas veces siguen conservando su carácter de impulsos, pero otras veces lo han perdido y consisten sólo en intensas ideas en las que hay que pensar. Su persistencia representa la energía de alguna otra idea impulsiva que ha sido rechazada y a la cual se halla vinculada por asociación (Fenichel, 1984, p. 307), lo cual me lleva a cuestionar qué es eso que reprime el corredor y busca liberar a través de la incesante repetición. Quizá entonces, Freud me contestaría diciendo que "una parte insospechadamente grande de las acciones obsesivas, en calidad de repetición disfrazada y modificación, se remonta a la masturbación, acción única y monótona que, como se sabe, acompaña a las más diversas formas del fantasear sexual” (Freud, 1916, p. 282). Si pensamos en un maratonista se hacen fácilmente evidentes las obsesiones con las rutinas de entrenamiento, la alimentación, el rendimiento, el sueño, la constancia y un sinfín de tópicos que aunque parezcan diversos, tienen todos el mismo fin, la búsqueda del control. O en otras palabras, “compulsiones que constituyen una defensa contra la masturbación, que es reemplazada, mediante el retorno de lo reprimido, por otra masturbación, que ahora tiene un carácter compulsivo y punitivo” (Fenichel, 1984, p. 311). 

Es bien sabido que las personas tendemos a repetir experiencias pasadas para intentar dominarlas, al igual que el corredor repite rutinas y ejercicios estereotipados con la intención de dominarlos y avanzar en su disciplina. Pero qué tanta de esta repetición es parte de un intento de mejoría y dominio, o qué tanta es vivida como órdenes de un superyó que no sólo busca aspirar a un ideal, sino también castigar. 

El análisis revela que los actos que deben ser contrarrestados o evitados representan las tendencias del complejo de Edipo deformadas. Los castigos de la amenaza representan, o bien el peligro que alguna vez se creyó vinculado al miedo de castración o de pérdida de amor, o bien alguna forma activa de autocastigo que habría de servir para eludir (y reemplazar) la castración o la pérdida de amor. Como diría Fenichel (1984) “La mayor parte de los síntomas de duda obsesiva caben dentro de esta fórmula: ¿puedo ser desobediente, o tengo que ser bueno?”(p. 310). Quizá en la mente del corredor eso se traduciría en un ¿puedo saltarme el entrenamiento o tengo que seguir insistiendo?

Diferentes investigadores han hecho un esfuerzo por crear una definición de lo que sobrepasaría los límites de lo saludable en el ejercicio para hablar así de una adicción al deporte, con criterios diagnósticos como preocupación con el ejercicio y la rutina, síntomas de abstinencia en ausencia de la actividad física o alteraciones sociales y ocupacionales así como preocupación excesiva con el ejercicio (López, 2017, p. 3). Sin embargo, son menos quienes han volteado a ver estas actividades como una vía alterna para depositar energía mental de forma adaptativa, es decir, de sublimación. Quizá esto sea porque siempre nos ha interesado más el estudio de las patologías, o tal vez porque una persona que nunca ha corrido larga distancia difícilmente puede concebir que algo que puede ser tan difícil y cansado pueda realmente brindar una satisfacción tan grande como para incluso acuñar un término, con ésto me refiero al famoso “runners high” o “euforia del corredor”, una recompensa neurobiológica que aparece tanto durante como después de correr largas distancias y que afecta a nivel central y periférico, es decir, que modula el estado de ánimo y efecto de bienestar, disminuyendo la sensación de dolor. En mi experiencia, sentir un “runners high” es acceder a un espacio en el que se genera una sensación de completa sincronía, en donde el cuerpo y la mente funcionan en perfecta concordancia, en donde se corre sin prácticamente ningún esfuerzo (Gil, 2020, p. 2). Parecido a lo que se siente en el diván cuando uno logra hundirse en la asociación libre y rêverie.

En la carrera de larga distancia o maratón, son paradójicamente los momentos de mayor intensidad y exigencia los de mayor disfrute, pues cuando una persona corre kilómetros sin detenerse crea un estado de flujo o meditación en movimiento que permite la reflexión y la claridad mental, un espacio para desconectarse de preocupaciones y encontrar soluciones creativas a problemas. Shipway (en Gil, 2020) habla de cómo la participación en carreras de larga distancia es una oportunidad para la autorrealización y la autoexpresión, que son beneficios que no siempre se encuentran en la vida cotidiana (p. 9). 

Cuando uno corre se enfrenta a la repetición, pero también a la incertidumbre, porque no es claro cuándo uno pasará del disfrute al sufrimiento, se debe improvisar sobre la marcha; cuándo aumentar el ritmo para superar un tiempo, disminuirlo cuando se sospecha que el cuerpo no aguantará el cansancio, cuándo inventar una nueva ruta o lidiar con el entorno que se cruza en el camino; todos estos cambios tienen la capacidad de moldear la percepción, el pensamiento y la acción, así que no es sólo repetición, también hay una gran necesidad de flexibilidad que se va construyendo con la experiencia. Dice Gil (2020, p. 10) que correr es una actividad que configura temporalidades que pueden remitir a un tránsito fugaz, pero también a lo duradero. Cualquier corredor estará de acuerdo conmigo en decir que no dura lo mismo un kilómetro cuando se tiene buena condición física que cuando no.

Retomando mi teoría inicial acerca del ejercicio como una forma de juego para el adulto, me remito a Freud cuando habla de que en el juego infantil las exteriorizaciones de una compulsión de repetición, muestran en alto grado un carácter pulsional, en donde el niño repite la vivencia displacentera porque así consigue un dominio sobre la impresión intensa, mucho más radical que la que era posible en el vivenciar meramente pasivo. Cada nueva repetición parece perfeccionar ese dominio procurado, como si entonces fuera esencial la repetición que hace el niño en el juego, cuando elige una y otra vez el mismo medio de entretenimiento, como lo es la que hace el corredor en su rutina y rituales de ejercicio que, piensa, le asegurarán éxito a la hora de competir (Freud, 1920, p. 35).

También Winnicott dice que el jugar conduce a la experiencia cultural pues, cuando hay  fe y confiabilidad existe un espacio potencial, que puede convertirse en una zona infinita de separación, que el bebé, el niño, el adolescente o el adulto, pueden llenar de juego en forma creadora. Nos explica lo esencial que es la protección de la relación bebé-cuidador, para que pueda formarse este espacio potencial en el cual, gracias a la confianza, el niño estará en condiciones de jugar de manera creadora (Winnicott, 1971, p. 155, 157) y cómo esta zona intermedia es necesaria para la iniciación de una relación entre el niño y el mundo, pues es aquí en donde se provoca un espacio entre lo que ya existe y lo que se piensa. En referencia al tema que aquí concierne, pensémoslo como “el objetivo buscado en la carrera” y la “condición o capacidad ya existente en el corredor”. 

Dicho de otra forma: la zona intermedia se sitúa entre la actividad creadora y la proyección de lo que ya se ha introyectado, contribuyen la realidad interior y la vida exterior. La zona intermedia es una zona de fantasía pues no existe desafío o exigencia; es un lugar de descanso en donde sucede el imaginar. Verónica Gou en su trabajo “La fantasía consciente como espacio transicional” lo explica diciendo que: 

“Con lo que viene de afuera, con el objeto que la madre medio ambiente provee, y que hace propio, el niño construye un puente sobre el cual pasa de un lado para el otro. Este puente es el espacio potencial que será el lugar del juego y el lugar de la experiencia cultural. La experiencia cultural es aquel fenómeno que recoge la tradición heredada, aprovecha lo dado, lo crea y lo transforma. Por ello es que los objetos transicionales equivalen a los intensos juegos de la niñez temprana y a los ensueños diurnos de los chicos mayorcitos o los adultos, que no son ni sueños ni hechos fácticos, y sin embargo son ambas cosas” (Gou, 2008, p. 3).

Correr se vuelve así un “fenómeno transicional” para el corredor, y aunque desde siempre he odiado escuchar que la gente se refiera a algún pasatiempo como su terapia -pues reduce una profesión que conlleva años de estudio y práctica a un mero momento de reflexión- no puedo evitar pensar que honestamente para mí correr sí es terapéutico. Hay ocasiones en las que corriendo imagino y fantaseo más que en mis propios sueños, a veces correr me brinda un espacio en el que mi mente se siente libre de brincar de una idea a la otra sin hilo conductor. Muchas veces mientras voy en la caminadora pienso “esto lo debería hablar en análisis” solamente para darme cuenta de que cuando termino no recuerdo nada de lo que iba pensando ni necesito hablarlo, es como si un pedazo de eso ya hubiese sido elaborado y procesado. Similar a lo que suele suceder con los sueños. El escritor Haruki Murakami tiene una frase que me encanta, dice: 

often people will ask me what I think about when I think about running. Usually the people who ask this have never run long distances themselves. I always ponder the question. What exactly do I think about when I’m running? I have no idea” (Murakami, 2008, p. 16).

Dentro del análisis una parte esencial es entender la problemática, lo que duele, lo que está atrofiado o es maladaptativo, y muchas veces esto se encuentra en los rasgos repetitivos del neurótico; sin embargo, considero que si volteamos a ver aquellas áreas que se encuentran en el espacio transicional, hablaremos de factores que ayudan a consolidar la identidad y en realidad nos señalan fortalezas yoicas.

Concuerdo con Hannah Segal (en Gou, 2008, p. 7) quien hace una diferenciación entre la fantasía y la imaginación en la que la primera crearía un mundo "como si" mientras que la segunda elaboraría un mundo del "qué pasaría si". En el mundo del "como si" se negaría tanto la realidad externa como la interna, en tanto que en el mundo ligado a la imaginación, no sólo no las niega sino que explora sus posibilidades. Crea un mundo fantástico con raíces en verdades tanto internas como externas. Pienso que el interés por participar en carreras de distancia, o realmente el establecimiento de cualquier meta que inicialmente parezca absurda, se le debe adjudicar de cierta forma a eso, al mundo del “que pasaría sí”. Cuando uno decide inscribirse a un maratón está haciendo un compromiso con su realidad presente y con la fantasía del potencial que cree posible. Los espacios transicionales brindan la oportunidad de enfrentar la realidad con menor angustia y reafirman nuestra identidad al ayudar al sujeto a quizá, tener más claridad acerca de lo que desea, del mejor camino para alcanzarlo e incluso a aceptar qué es lo que se puede hacer una vez que se lleva la acción al mundo real. Este es también un ejercicio que buscamos hagan nuestros pacientes en ese otro espacio transicional que es el análisis (Gou, 2008, p.9) aceptar su realidad, pero también atreverse a imaginar el “qué pasaría si”. Pienso que quizá otra característica importante que correr comparte con el análisis, cuando se hace en compañía, es el hecho de no mirar a los ojos mientras se elabora con un otro, y aunque corriendo claramente no existe una relación terapéutica con tu compañero de distancias, he sido testigo y partícipe de múltiples conversaciones que fluyen con una calidad distinta al hacerse de esta forma, sin verse a los ojos pero sabiendo que el otro escucha y en pro del movimiento, en uno de forma literal, en otro más simbólico. Quizá entonces la obsesión con correr se pueda también entender como la obsesión por la búsqueda de un espacio transicional en el que fantasear. 

Quisiera cerrar con una última idea que me invade la mente al ver y participar en estas nuevas formas de comunidad que se han creado alrededor del ejercicio y es que leyendo a Le Bon en Psicología de las Masas(Freud, 1921) me quedó claro que a estos grupos les une una especie de subcultura que se forma al compartir una acción que permite la integración. El autor dice que:

“el rasgo más notable de una raza psicológica es que cualesquiera que sean los individuos que la componen y por diversos o semejantes que puedan ser su modo de vida, sus ocupaciones, su carácter o su inteligencia, el mero hecho de hallarse transformados en una masa los dota de una especie de alma colectiva en virtud de la cual sienten, piensan y actúan de manera enteramente distinta a como sentiría, pensaría y actuaría cada uno de ellos en forma aislada. Hay ideas y sentimientos que sólo emergen o se convierten en actos en los individuos ligados a masas” (Freud, 1921, p. 69).

 

Es así que reafirmo la importancia de crear comunidades, no necesariamente alrededor del ejercicio ni mucho menos de correr, pero sí de forma que logremos un sentido de identidad colectiva, pues como bien dice Freud “en la multitud, todo sentimiento y todo acto son contagiosos, y en grado tan alto que el individuo sacrifica muy fácilmente su interés personal al interés colectivo” (1921, p. 72). Sólo hace falta salir a ver una carrera de larga distancia para encontrarse con alguien que sacrifica su entrenamiento y disciplina de meses por alentar al compañero de al lado al que ve sufrir. Es cierto que por el mero hecho de pertenecer a una masa organizada, el ser humano posee la espontaneidad, la violencia, el salvajismo y también el entusiasmo y el heroísmo de los seres primitivos, porque, repito, correr es un acto primitivo, llevado a la obsesión, pero quizá una obsesión en pro de la sociedad pues, dicho por el mismo Freud, “el concepto de lo imposible desaparece para el individuo inmerso en la masa”(p. 73, 74).

En “El miedo a la libertad”, Erich Fromm nos habla de que en el desarrollo del hombre la separación de los vínculos primarios crea sentimientos de angustia e impotencia, pero si el hombre no cae en la angustia y la desolación, logra una nueva especie de intimidad y solidaridad con los otros. Esta libertad que nace a raíz de la individuación, crea una necesidad básica en el hombre de relacionarse con el mundo exterior para evitar la desintegración mental (Salazar, 2012, pp. 94-95). 

Supongo que de esta forma busco explicar cómo algunos conceptos psicoanalíticos ilustran la complejidad emocional que conlleva el correr maratones, pero más que nada me gustaría pensar que a través de esta reflexión logremos comprender que nuestra naturaleza humana está en el movimiento, en la repetición, la imaginación, la creación de comunidades y la búsqueda de superación de una meta, porque efectivamente, el corredor que empieza un maratón no es el mismo que el que lo termina.

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